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© Zou Chuan-An 

El truco no es deshacernos de los juicios, o juzgar todos los juicios como ‘malos’ o ‘no espirituales’, o fingir que no tenemos ningún juicio, sino ver a los juicios COMO juicios, llamarlos por lo que son. Entonces, ya no eres el juez, ya no condenas por naturaleza, sino que te vuelves el testigo compasivo de los juicios conforme surgen, perviven y pasan. No tienes una naturaleza fija. Estás vivo.

Te das cuenta que no ‘tienes’ juicios; que no causas su aparición. Simplemente permites que todo juicio vaya y venga espontáneamente en tu amorosa y receptiva consciencia, y no te aferras a ellos ni los rechazas… ni los confundes con la realidad.

Y no olvides esto: juzgar a los juicios como ‘malos’ o como algo ‘equivocado’ ¡es el mayor juicio de todos!.

Jeff Foster

 

Si pretendo no juzgarme entro en la exigencia. Juzgo al juicio como malo, y por tanto, la mente me dice que me deshaga de él. Entro en un bucle neurótico que no me hace bien.

Mi aprendizaje ahora es no deshacerme de los juicios internos, observarlos en el momento que van apareciendo como pensamientos, en sus diversas formas y colores, en su sutileza o en su intensidad, y saber que nunca vienen para hacerme daño. Así que aprendo a observarlos y sobretodo, a observarlos desde el amor, desde ese lugar en que todo está bien, todo es permitido, todo es aceptado, todo es amado…

Amo todo lo que soy, y amo también mis juicios, exigencias, miedos, deberías…

Cuánto tiempo vivido haciéndoles caso, creyéndomelos, haciéndomelos míos, identificándome con ellos y dejando que me condenaran y agredieran. He sufrido, sí.

Cuando vi su rostro delante de mí, como si pudiera tocarlos con mis manos, tan claros, tan nítidos, tan cercanos, tan unidos a mí, quise deshacerme de ellos, pero ellos…ellos nunca se iban…y seguían susurrándome al oído.
Entré en una lucha. Pensé que lo mejor sería liberarme de ellos, de la maldad, el poder, la oscuridad que veía en ellos. Hasta que me rendí, caí al suelo, y abandoné la lucha. Y supe de nuevo que no tengo que hacer nada. Que los juicios no son buenos, ni malos, correctos, ni incorrectos, no son verdad, ni realidad, simplemente, son, vienen, porqué quizás así aprendí a vivir, porque hice mío lo que otros dijeron sobre mí.
Respiré tan profundo que me fui al corazón. Y éste me dijo: “ámalos como me amas a mí, todo forma parte de ti, ten compasión, perdona, acepta».

Ahora la niña quiere descansar en mis brazos de mujer. Acepto la herida y los juicios que en ella reposaron y vivieron durante tanto tiempo, así fue, así me construí, esta es la experiencia que he venido a vivir y por todo esto me honro.

Hoy sé que los juicios vuelven por momentos, los veo venir como pájaros que vuelan veloces hacia mí, y cuando están cerca, los observo con amor, y es este amor que me ayuda a no darles tanta verdad y a dejarlos volar.

Ellos me envuelven. Los miro, me miran, me miro, y cuando vuelvo a mirarlos de nuevo, ya están volando lejos, hasta que dejo de verlos. «Ya no os necesito tan cerca», les digo. Se diluyen, se desdibujan en los cielos infinitos. Vuelvo a mí, al momento presente, respiro, siento el cuerpo y el latir del corazón. Descanso. Siento y sigo viviendo la vida dejándome llevar por su movimiento constante, cambiante y libre.

Un día, vinieron hacia mí decenas de grandes pájaros de colores.
Al verlos me asusté, hasta que pude ver la gran belleza que poseían
y empezamos a danzar.
Fue una bella danza de amor, compasión, aceptación, rendición.
Acabó el baile, ellos marcharon
emprendiendo de nuevo su vuelo a ninguna parte
y quedé sola con el corazón.

Y me dije, a partir de ahora observaré los juicios desde el amor,
como pájaros volando que van y vienen, vienen y van.

Porque en todo esto hay amor.

 

 

 

 

 

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